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La veracruzana Maribel Camacho se calzó las botas plásticas, el impermeable y manejó al consulado de México en Atlanta. No le importó que fuera domingo, el único día de descanso de muchos migrantes, tampoco esperar bajo la lluvia ni la fila de cientos de personas: lo suyo era votar como lo haría en México, en persona, junto a su gente.
Ni en sus pronósticos más negativos Maribel Camacho imaginó todo lo que pasaría sobre esta nueva modalidad de sufragio que autorizó el Congreso de la Unión para millones de ciudadanos radicados en el extranjero.
La experiencia se convertiría en la antesala de un linchamiento contra los reclutados por el Instituto Nacional Electoral, como parecía a ratos el 2 de junio, cuando miles de migrantes no pudieron emitir el sufragio en persona en la sedes diplomáticas.
“Llegué a pensar que por enojo y frustración iban a agarrar al voluntario del INE que dijo que cerraría pronto la casilla porque el horario había concluido y lo iban a golpear. Entonces le dije ‘quítate el gafete o se van a desquitar contigo’”.
Relajo muy mexicano tras cierre de urnas: “¡Queremos votar!”
Minutos antes, la gente había esperado paciente y festivamente, entre mariachis y pizzas, refrescos, cotorreo.
Muchos llegaron vestidos con camisas de la selección nacional de futbol de México y banderas tricolores. Pero todo ese ambiente se descompuso con el anuncio del fin de la jornada electoral, el inminente cierre de la urna.
Entonces estalló un grito al unísono: “¡Queremos votar!” Algunos activistas que promueven la cultura del voto por internet consideran que aquello fue un alarido sin autocrítica.
“La verdad es que todo lo dejaron al último momento y en lugar de hacerlo por internet, en casa, que era sencillo y sin problema, se fueron por el presencial que todo lo vuelve más complicado”, observó Juan Carlos Guerrero, del Consejo de Desarrollo Binacional.
Pero otros testigos dicen que la exigencia tenía de trasfondo un lamento similar a la nostalgia. Maribel Camacho, quien nunca había votado desde que emigró a los 18 años en el año 2000, entendió la situación: como ella, la mayoría vio en el voto presencial la oportunidad de sentirse en México, donde no pueden ir sin papeles.
Siendo honesta, Camacho reconoce que la modalidad de voto por correo postal o por internet desde casa no la había movido sus fibras nacionalistas, ni la de millones de mexicanos en el exterior, tal y como lo confirman las cifras de las elecciones presidenciales desde que se autorizó el voto: 32 mil 621 en 2006; 40 mil 714 en 2018 y 98 mil 470 en 2018.
Seis años después, la participación saltó a 184 mil 320; de los cuales, 122 mil 497 fueron por internet; 39 mil 586 por vía postal y 22 mil 243 presenciales, mismos que pudieron multiplicarse a causa de la desorganización de la elección que terminó en un caos en los consulados de Madrid, Los Ángeles, Nueva York, Chicago y Phoenix, según el INE.
La organización Fuerza Migrante, una de las más politizadas en Estados Unidos, calcula que fueron alrededor de 100 mil los que no alcanzaron a sufragar en persona.
De acuerdo con Raúl Murillo, de la organización Hermandad Mexicana con presencia de miembros en Estados Unidos, “el caos se dio en todos los consulados”.
A diferencia de Europa, es decir París y Madrid, donde el sistema se cerró a las 18:00 horas por la ventaja de estar adelantados en tiempo; en América, el sistema de recepción de votos se clausuró a las 18:00 horas de México, explicó en entrevista con MILENIO Arturo Castillo, consejero del INE para el voto de los mexicanos en el exterior.
Reconoció que si bien hay una parte de la responsabilidad que recae en el INE porque la participación “masiva” rebasó todas sus expectativas, hay otra parte de las culpas que son achacables a los poderes Ejecutivo y Legislativo los cuales, en mancuerna, recortaron presupuesto al organismo electoral, amén de los obstáculos mismos para la ejecución.
“La lección aprendida es reconocer que los connacionales tienen más interés de lo que habían mostrado anteriormente y hay que analizar los retos que tenemos para las elecciones futuras”, reflexiona el consejero.
El activista Raúl Murillo plantea la misma alerta con la alegoría del gigante dormido que se negaba a votar y que de pronto despertó a golpe de añoranza, de querer sentirse en México aunque sea votando, con todo, rodeado de gente y con boletas de papel (el 2 de junio, si bien fue presencial, sólo había mil 500 boletas impresas, y cuando estas se agotaron, quedó la modalidad de voto electrónico por medio de pantallas), casillas, tintas indelebles y mucho presupuesto.
¿Era muy difícil hacerlo así? Sí lo fue. Murillo, a pesar de todo, dice que aunque “la planeación y la logística fracasaron, sostenemos que es un triunfo político para los migrantes porque al fin salimos a demostrar, exigir y recordar que somos más que remesas”.
Otra vez: faltó previsión y presupuesto
Mientras Maribel Camacho preveía la salvaguarda de la integridad física del joven voluntario de las mesas de recepción en Atlanta, pensaba en su propia desilusión porque había hecho todo bien para poder votar: se había inscrito en el padrón de votantes en el exterior (un requisito que no se pide en México para cada elección), llegó temprano para hacer fila y, sin embargo… ¡estaba a unos minutos de quedarse sin votar!
Recordó que tenía un código que avalaba su registro al padrón y se abrió paso para reclamar su estatus preferencial frente a quienes no lo habían tramitado, y que aún así acudían al consulado confiados o desinformados por el confuso sistema de votación para los migrantes.
Muchos no sabían, por ejemplo, que tenían que inscribirse a ese padrón o que sólo había mil 500 boletas autorizadas por el Congreso mexicano para voto de manera presencial en cada consulado, casillas a las que consideró “extraordinarias” ni que sólo había entre nueve y cuatro computadoras para votar porque el dinero no daba para más ni siquiera en las ciudades donde viven millones de mexicanos.
“No se puede atender a este número de personas en más sedes consulares, con más gente y más equipo si no tenemos presupuesto». Eso es básico”, reconoce el consejero Castillo en conclusión retrospectiva.
“El presupuesto fue de 218 millones de pesos, que es el 1 por ciento del presupuesto total del INE para organizar y operar la elección: es muy poco”.
En diciembre del año pasado, la Cámara de Diputados aprobó un recorte de presupuesto del INE por mil 400 millones de pesos y el organismo autónomo tuvo que apañárselas como pudo: para el voto exterior presencial solo hubo posibilidad en 23 consulados (menos de la mitad en Estados Unidos), 298 computadoras y 276 personas entre funcionarios y ciudadanos de casilla, así como voluntarios de universidades.
Apenas eso para una histórica elección que sumaba motivos para el sufragio migrante dividido entre oficialismo y oposición, como se vio en los resultados, representadas por dos candidatas mujeres: Claudia Sheinbaum, quien obtuvo por parte de la diáspora 91 mil 522, y Xóchitl Gálvez que logró 86 mil 558.
Los adultos mayores se lanzaron por montones con la creencia de que habría boletas de papel y lo que encontraron fue una fría pantalla contra la que empezaron a pelear, a veces sin éxito, picaban aquí y allá, se salían del sistema y sudaban la gota gorda, según diversos testimonios.
Al final tuvieron que ser rescatados por el personal del INE que se distrajo en atender hasta por 40 minutos a cada adulto mayor mientras afuera corrían los minutos, el bochorno y las malas vibras.
“¡Queremos votar, queremos votar!”, escuchó Maribel Camacho ya desde dentro de la sede del consulado de Atlanta, un espacio pequeño, insuficiente para la gente local más la que había llegado con el alba, después de manejar cuatro o seis horas procedentes de otras ciudades de Georgia y de Tennessee, donde no había la posibilidad del voto presencial.
Hasta los salvadoreños que son un país mucho más pequeño con menos migrantes rentaron la Arena Gasouth, con capacidad para 13 mil personas, para hacer sus más recientes elecciones en el exterior, pensaba Maribel Camacho.
A punto de dar ‘portazo’
A unos metros de Maribel, Ana Karina Uribe, quien había llegado a las 9:00 horas porque no se había inscrito en el padrón, seguía varada sin avanzar a la meta. Vio pasar a todos las personas setentonas y ochentonas que tenían prioridad y a cerca de 300 personas.
En todo ese tiempo fue inevitable sumirse en sus reflexiones: si en Atlanta hay cinco millones de votantes, ¿por qué solo dieron mil 500 boletas y seis computadoras? La respuesta era sencilla: porque los partidos políticos votaron por ese número de boletas y esas terminales para quienes no se habían inscrito en el padrón en los ocho meses que pudieron hacerlo: del 1 de septiembre de 2023 al 25 de febrero de 2024.
Sin recordatorios constantes, a Ana Karina se le había pasado el tiempo de registro al padrón y por eso estaba allí, a 15 minutos del cierre de casilla, cuando escuchó que alguien gritó: “¡Recórranse en la fila para que entremos más al consulado antes de que cierren!”.
Así, el desbarajuste se volvió mayor: apachurrones, empujones y esperanza, y a Ana Karina sólo le faltaba esperar a que pasaron 30 personas antes para “alcanzar la gloria”, o sea, la computadora para votar.
El consejero Castillo considera que tal anarquía se podrá evitar en un futuro si se elimina el requisito del padrón de votantes en el exterior, una decisión que depende totalmente del Poder Legislativo, ahora en manos de una mayoría de Morena, el partido que ungió a Sheinbaum como candidata y luego, presidenta.
“Los electores no deberían registrarse en cada elección”, sugiere.
“Bastaría con tramitar la credencial en el exterior para estar inscrito (aunque esto implica una resistencia de la comunidad porque prefiere tramitarla en México). Esto facilitaría las cosas porque habría una lista nominal segura”.
Lo anterior, cabe anotar, daría al sufragio exterior la cualidad numérica con todo lo que esto implica: la posibilidad de tener boletas de papel, la instalación de mesas receptoras en todas las sedes consulares, organización, personal y… que Ana Karina Uribe y miles como ella en el extranjero no se queden fuera.
A 20 lugares del turno de ella se cerró el sistema. A la distancia escuchó porras a favor de una u otra candidata, las mentadas de madre y los gritos de la fuerza pública de Georgia, un estado racista en sus leyes, presta para actuar: México había pedido apoyo de los gobiernos de las sedes donde la furia migrante se estaba saliendo de control.
“Salí cansada, agotada, asoleada, con hambre.. ¡once horas esperando y no voté!”, se lamenta Uribe.
Maribel Camacho tuvo más suerte, pero su victoria tuvo un sabor agridulce por quienes no consiguieron votar y tuvieron que guardar sus banderas de México, regresar a sus coches, y esperar al día siguiente para volver al trabajo, lejos de México.
HCM
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