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Chihuahua— A finales de 2007, Ismael “El Mayo” Zambada y Joaquín “El Chapo” Guzmán decidieron “pelear la plaza” fronteriza de Chihuahua y extender sus operaciones al norte con alrededor de 500 sicarios, enviados a hacerle frente al brazo armado del Cártel de Juárez, gracias a los acuerdos que habían logrado con altos niveles del gobierno de Felipe Calderón.
Así lo asienta el historiador de la Universidad de Warwick, Benjamin T. Smith, en su libro “La droga. La verdadera historia del narcotráfico en México”, en el que plantea el esquema de colaboración entre el Cártel de Sinaloa e instancias gubernamentales, para debilitar y destruir grupos rivales en varias partes del país, lo que marcó el comienzo de las confrontaciones cada vez más violentas que hasta la fecha se padecen en México.
En el siguiente sexenio, el de Enrique Peña Nieto, no pudieron sostenerse los mismos acuerdos y comenzaron las traiciones entre Zambada y Guzmán. Los familiares de “El Mayo”, asegura, traicionaron primero a “El Chapo”, entre su primera caída y fuga de prisión en México y la extradición a Estados Unidos.
En el libro, Smith narra la evolución e historia en común de los cárteles colombianos y mexicanos, así como la transformación del modelo de negocios internacional de las agrupaciones criminales de ambos países, que tenían como principal mercado a Estados Unidos, pero también tenían conexiones con las mafias europeas para la importación y exportación de drogas.
En los años 90, establece, la presión de EU sobre los cárteles colombianos y el endurecimiento de la política antidrogas contra México por el asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena, en febrero de 1985, las mismas agencias de seguridad del país vecino forzaron cambios en las operaciones de tráfico de drogas.
“Los golpes (como la muerte del capo colombiano Pablo Escobar en 1993 en Medellín) se anunciaron como victorias cruciales en la guerra contra las drogas de Estados Unidos. No obstante, los precios de la cocaína nunca fluctuaron. Lo único que hicieron fue cambiar la forma de hacer negocios de los colombianos y los mexicanos”, sostiene el investigador.
Así, el modelo de introducción de droga a EU cambió. Sí antes dos tercios eran llevados por los cárteles colombianos y un tercio por los mexicanos, la relación mutó a un 50–50 por ciento, pues los primeros optaron por dejar de asumir riesgos con las autoridades estadounidenses, dejándoles ese problema, cada vez en mayor medida, a los narcotraficantes de México.
“Los narcotraficantes que se beneficiaron de estos cambios (durante la década de los 90) eran quienes habían sobrevivido a las redadas de Camarena. Tenían algunos antecedentes comunes, ya que los nuevos capitalistas de la droga, al igual que los nuevos neoliberales, por lo general recurrían a la misma reserva pequeña de familias de élite”, señala.
Así, dice, algunos eran contrabandistas de segunda o tercera generación del Triángulo Dorado (Sinaloa, Durango y Chihuahua). Incluían a especialistas en mariguana como el sobrino de Ernesto Fonseca Carrillo, Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”; el sobrino de Pedro Avilés, Jesús Labra Avilés; “y el terrateniente de Culiacán convertido en traficante de heroína, Ismael ‘El Mayo’ Zambada”.
‘El Mayo’ en la ficción conveniente de los cárteles
Los cárteles, sostiene Smith, eran una referencia fácil, una ficción conveniente. “Los estadounidenses nombraron algo fluido y amorfo que era (aunque no se atrevían a decirlo) un imbatible ecosistema de mercado”, afirma.
En ese contexto en el que Estados Unidos definió, nombró y juzgó a las mafias mexicanas, a finales de los años 90 “El Mayo” había logrado asegurar un vínculo con los productores de cocaína de Colombia. Contrató a un especialista marítimo y al hermano de uno de los peces gordos del viejo Cártel de Guadalajara para ir a Colombia y traer cargamentos de 10 toneladas por barco a Chetumal, Quintana Roo. Luego otros dos contratistas llevaban la droga por tierra a la Ciudad de México, donde el hermano de Zambada guardaba la mercancía en almacenes.
Otro contratista, Tirso Martínez Sánchez, “El Futbolista”, organizaba el envío de la coca por tren desde la capital del país pasando por Nuevo Laredo, Tamaulipas, hasta llegar a Nueva York. Entre 1990 y 2003, Martínez admitió haber movido al menos 50 toneladas de droga, aunque la DEA aseguraba que fueron cerca de 80.
Zambada, además, organizó otros mecanismos de transporte, como una ruta terrestre a bordo de camiones de gasolina, que transportaban la coca por Mexicali hacia Los Ángeles, California.
En este período, un abogado de “El Mayo” llegó a señalar que el 99 por ciento de los funcionarios y policías mexicanos eran corruptos y estaban comprados para auxiliar en esas grandes operaciones logísticas para llevar la droga desde Colombia a Estados Unidos, pasando por varias plazas de México.
Pero también había policías de distintos niveles en el país vecino que eran parte de la nómina de la organización de Zambada, así como de otros grupos identificados por el gobierno de Estados Unidos y el de México, que de alguna forma administraban el narcotráfico, hasta que el fenómeno criminal se desbordó de este lado de la frontera, hasta imponer su ley.
“Eduardo Valle Espinoza, un exalumno radical contratado para limpiar la PGR durante la administración de Salinas (1988–1994), fue testigo cercano del sistema. Concluyó que, en 1993, los políticos estaban al servicio de los narcotraficantes y no al revés. No se refirió al sistema como una red de protección, sino una narcodemocracia”, asegura el historiador de la universidad británica.
Chihuahua en el sistema del narco
Hacia 1997, después de unos años del comienzo del primer gobierno estatal del PAN en Chihuahua, Amado Carrillo consolidó su poderío en Juárez con el cártel que adoptó el nombre de esta frontera. Ahí, “El Señor de los Cielos” creó también un grupo armado, “Los Arbolitos”, antecesor de “La Línea”, conformado por policías municipales y estatales entrenados en las academias de las corporaciones, pero para servir a la mafia, con placa y pistola pagadas por el erario.
Este fue el primer registro de infiltración y control de corporaciones públicas, que luego copiarían otros cárteles en el país, hasta llegar a “Los Zetas”, sicarios del Cártel del Golfo integrado por exsoldados mexicanos, generalmente de los llamados Gafes (Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales).
De acuerdo con la reseña planteada por el historiador Smith, una década después, el Cártel de Sinaloa, con alianzas al más alto nivel del gobierno de Calderón, buscó penetrar la plaza de Juárez con el envío de unos 500 sicarios con la misión de acabar con “La Línea” y otros grupos criminales.
Según Smith, el gobierno de Calderón –cuyo secretario de Seguridad, Genaro García Luna, espera condena en Nueva York después de haber sido declarado culpable de narcotráfico– no sólo actuaba por la corrupción de sus funcionarios comprados por el Cártel de Sinaloa, sino por la necesidad de tener informantes y aliados en el crimen para desmantelar otras organizaciones criminales.
La organización que encabezaban “El Mayo” Zambada y “El Chapo” Guzmán le sirvió al gobierno de Calderón en bandeja de plata a otros líderes narcos, entre ellos viejos aliados, amigos y rivales, lo que les ayudaba a los jefes de Sinaloa a consolidar su poder.
En ese esquema de expansión fue que entraron Chihuahua y Juárez en las operaciones del cártel de “El Chapo”, lo que desató las más cruentas batallas que dispararon la tasa de homicidios durante el sexenio calderonista.
“Durante los años 90, cuando los cárteles comenzaron a pelearse el control de las plazas, los asesinatos eran atroces y frecuentes. Pero rara vez superaban un promedio de un homicidio por día. Ahora el promedio era de un asesinato por hora”, considera. “Tal vez la mejor forma de ilustrar cómo las fuerzas viejas y nuevas se vinculaban de maneras potentes y destructivas es analizar a detalle el conflicto que devastó Ciudad Juárez durante los últimos años de la década”.
Así, narra el historiador el surgimiento de la llamada Gente Nueva que llegó a asesinar a los de “La Línea”, muchos policías locales que venían desde los tiempos de Carrillo Fuentes.
Colaboración y traiciones de ‘El Chapo’ y ‘El Mayo’
La incursión del calderonismo en una estrategia de colaboración, complicidades y corrupción, también creó y consolidó divisiones entre los grupos de narcotraficantes.
Bajo amenaza de captura, tortura o asesinato, muchos traficantes mexicanos decidieron que la política más segura era trabajar, al menos en parte, con las autoridades. Más que un mecanismo de supervivencia apresurado –considera Smith– eso se convirtió en una bien estudiada estrategia de combate. Así, enviaron emisarios a agencias estadounidenses y mexicanas y contrataron a informantes para que delataran a sus enemigos.
“El grupo que tuvo mayor éxito al implementar esta estrategia (de colaboración con el gobierno) fue el Cártel de Sinaloa. Así que, mientras los sicarios de Sinaloa asesinaban a narcomenudistas en Ciudad Juárez, sicarios de los cárteles y policías locales, los jefes de Sinaloa (Guzmán Loera y Zambada García) también cooperaban con las autoridades”, afirma.
Por lo general, era un abogado ligado a “El Chapo” el que filtraba datos a agentes de EU y México, estrategia que los jefes del Cártel de Sinaloa habían utilizado desde los años 90, traicionando, desde entonces, a los hermanos Arellano Félix, a cambio de una interferencia limitada por parte del gobierno.
Esa estrategia también fue utilizada en Juárez contra el cártel y los grupos de Carrillo Fuentes, dándole información al gobierno mexicano y al de EU para detenciones y asesinatos de sus rivales.
“Y cuando era demasiada la presión, los jefes de Sinaloa usaban la misma estrategia para traicionar a sus propios asociados. El hijo de Zambada (Vicente) incluso empezó a ofrecer información a la DEA”, considera el historiador.
La colaboración y las traiciones llevaron pues a detenciones, extradiciones y asesinatos de líderes del Cártel de Juárez, de antiguos sicarios de los Arellano, contrabandistas independientes de Culiacán e incluso es posible que al propio primo de Guzmán Loera, Alfredo Beltrán Leyva, arrestado en enero de 2008, además del Cártel del Golfo y a “Los Zetas”.
Pero en esta relación, la captura de “El Chapo” en el sexenio de Peña Nieto, llevó a la primera traición de la gente de “El Mayo” en contra de Guzmán Loera, fracturándose la relación desde entonces y profundizándose las diferencias entre ambas familias y grupos de colaboradores.
El libro de Smith comenzó a circular en noviembre de 2022, por lo que consigna la evolución del narcotráfico hasta después de la caída de García Luna por acusaciones de complicidad con el crimen (detenido en 2019 en Estados Unidos, declarado culpable por un jurado, pero todavía sin sentencia) y hasta el nuevo enfoque de la política criminal mexicana que comenzó con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
“Un siglo y contando; el negocio del narcotráfico en México no muestra ninguna señal de desaceleración”, concluye.
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